Hay mil cosas que me gustaría ser en esta vida. Una de ellas es crítico de cine. Alguien capaz de detectar si una película es buena o es mala y con la capacidad de poder explicárselo a alguien. Veo muchas pelis y también a muchos críticos de cine, e intento aprender de ellos. Hace poco, a uno de los que más sigo le oí decir que ver buenas películas te hace ser mejor persona, y me dio un poco de rabia. Porque el tipo no solo sabe detectar si una película es buena o es mala y tiene la capacidad de explicárselo a alguien, sino que también parece saber mucho y ser buena persona. Es normal, supongo. Poca gente habrá visto tantas películas como él.
Si me dieran a elegir entre tener el certificado de experto en cine o tener el certificado de buena persona, probablemente escogería el segundo. Lo enmarcaría, lo colgaría en mi habitación, lo enseñaría en Instagram y lo comentaría en Twitter junto a un pequeño texto sencillo y de pocas palabras pero con poso y significado detrás. Pero lamentablemente no hay un máster ni unos cursos para volverte una buena persona. En eso son todo prácticas, normalmente no remuneradas. La recompensa por ser buena persona no es tangible, palpable ni tiene forma de diploma. De hecho, muchas veces solo existe si eres tú mismo quien te la das. Es como aquel traje nuevo del emperador, del rey desnudo, que vale mucho conseguir pero no se puede apreciar a primera vista.
Lo de ser buena persona va muy de la mano con el querer. Con quienes quieres siempre te van a pasar dos cosas: que te referirás a ellos como "las personas a las que quiero" y no como "la gente a la que quiero" y que te saldrá más natural ser buena persona. Hace poco se me ocurrió un ejemplo tan bueno sobre todo esto que me siento orgulloso de verdad de que sea mío: supongamos que tienes que hacer una cena para dos, y que decides hacer tortillas. Haces la primera y te sale bien, y haces la segunda y te sale mejor. La diferencia es tan pequeña que solo la percibes tú, que eres quien las ha preparado. Nadie podría decir convencido que la tortilla A es mejor que la tortilla B. Solo tú. Pero algo dentro de ti hace que le des la tortilla buena a la otra persona y tú te comas la menos buena. Ni una vez ha aparecido la palabra "gente" en el ejemplo, por cierto. Eso es lo poco que puedo contar sobre querer y ser buena persona.
Sin pautas
No hay formación reglada para aprender a ser buena persona. Ni siquiera hay un manual de instrucciones para la vida. A vivir me temo que se aprende viviendo, como a jugar al fútbol. El fútbol lo aprendes jugándolo, y hay cosas que no terminas de entender hasta que las experimentas tú mismo, como la falta táctica. Me acuerdo de ver partidos de fútbol cuando aún era pequeño y no sabía mucho sobre él, y la gente le decía a los jugadores "sin falta, sin falta. No hagas falta". Pero luego los jugadores hacían falta y la gente decía "bien, buena falta". Cero sentido para mi yo de por aquel entonces. No es hasta que sientes miedo por el contraataque rival cuando deseas por la gloria y gracia de la madre de algún defensa de tu equipo que alguien haga falta para cortar el contraataque. Alguien la hace, respiras tranquilo y dices mientras aplaudes "bien, buena falta".
No hay pautas para ninguna cosa importante de la vida. No hay instrucciones para saber cómo detectar si una película es buena o es mala. Tampoco las hay para entender cuándo se te va a aplaudir por hacerle una falta al rival. Y, por supuesto, no hay pautas universales y empíricas para ser buena persona. La única cosa importante de la que sí hay instrucciones es para hacer una tortilla, y a veces ni siquiera nos sale bien. Cuando tengas que hacer tortillas para dos personas, no hagas dos tortillas diferentes, haz una más grande y pártela por la mitad. Así no tendrás que comerte la menos buena. Eso es lo poco que puedo contar sobre tortillas.
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