Hace unos días, mi padre nos dijo que un compañero de trabajo se jubilaba de manera anticipada con 62 años, y todos deseamos estar en su lugar. No ahora, sino más adelante. Yo no cambiaría mis 22 años por nada, pero nunca me han llegado a ofrecer nada lo suficientemente interesante para plantearme el trueque. Igual sí los cambiaba por jubilarme a la edad del compañero de mi padre, porque qué me importarán los años si solo madrugaría por gusto y no por obligación.
A eso es a lo que aspiro, a madrugar porque yo quiero y no porque otros quieren. A que la alarma y yo ya no seamos uña y carne nunca jamás. Aspiro a que la alarma ingrese de manera vitalicia en el club de esas personas que conocías bien hace unos años y con la que ahora apenas hablas muy de vez en cuando. El tipo que inventó la alarma en su día debió de ser alguien muy serio, y de tal palo, tal astilla. El problema es que la vida no da la sensación de ser muy seria. Todo es un poco una broma, de esas que tienen su gracia al principio pero que luego tienes que decir "venga, ya está, para" porque se repite constantemente. La vida es esa persona que todos conocemos que no sabe cuándo tiene que acabar las bromas. Y si no conoces a ninguna persona así, probablemente sea porque tú eres esa persona. No pasa nada, se puede seguir adelante. Mira al inventor de la alarma.
Quiero poder tener tiempo para pensar en qué hacer cuando me jubile, porque me parece que ahí es donde empieza la vida de verdad. Creo que todo lo que vivimos hasta jubilarnos es una especie de ensayo y error para saber qué es lo que nos gusta de verdad y qué es lo que nos gusta solo un rato. Es importante quedarse con las primeras, porque quedarse con las segundas haría que tengamos que saltar de cosa en cosa cada dos horas, y con 62 años igual ya no estamos para tantos trotes. También pienso que en la vida hasta la jubilación hay que alejar de ti absolutamente todas las cosas que puedan causarte estrés o preocupación extra. Os lo digo como consejo, pero me da que yo no voy a poder hacerlo, porque vivir el fútbol es lo más estresante del mundo y yo nunca podré alejarme de él. Ni él querrá alejarse de mí, el cabrón. Cómo le gusta verme angustiado en el sofá.
Ser ambicioso
A lo mejor me pasa que ser ambicioso no va conmigo. A veces he hablado conmigo mismo para saberlo, porque hablando se entiende la gente, y según el día llegaba a una conclusión o a otra. Porque, sin ir más lejos, solo hay que revisar lo que he escrito un par de párrafos antes. Porque pienso que no soy ambicioso, pero quiero ser columnista, y una vez hablé por Twitter con Enrique Ballester, mi columnista favorito, y ni él mismo pudo darme unas pautas a seguir para volverme columnista. También pienso que no soy ambicioso, pero a la vez quiero trabajar en un programa de radio ameno y tranquilo, y aunque digan que la radio es el medio más sosegado e íntimo de todos, hay veces que ni a mi peor enemigo le desearía tener que preparar y hacer un programa de radio.
Y por supuesto, pienso que no soy ambicioso pero todos los fines de semana me siento en el sofá a ver jugar a mi equipo y a angustiarme porque no le ganamos al Real Madrid o al Barça. Además, aquello del 'partido a partido' no es para mí, por lo menos en el fútbol. Soy incapaz de centrarme en un partido más de liga cuando tenemos en cuatro días uno de Europa League o de Champions. Pero, por supuesto, no quiero no ganar ese partido de liga. Así que no, creo que lo mío no es falta de ambición, sino todo lo contrario. Hay que ser muy ambicioso para querer jubilarte antes de los 62 años.
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