He tardado un poco en darme cuenta de cuál es mi parte favorita de viajar y de conocer otras ciudades. Lo supe la última vez que fui a París. Era mi segunda vez allí, tampoco vamos a engañarnos. De ella puedo deciros que lo mejor es el barrio de Montmartre, y que cuando lo descubrí me pareció haber hallado un rincón secreto. A la vuelta me enteré de que era algo así como el barrio de Malasaña de París. Eso me pasa por no prepararme los viajes.
Mi parte favorita de viajar no es algo muy común. Las veces que le he hablado a alguien sobre ello no ha tenido la acogida que yo esperaba. Pero como aquí no puedo veros vuestra estupefacción reflejada en la cara, me preocupa menos. El caso es que lo que más me gusta de viajar es ver las pegatinas que la gente ha puesto en las farolas, señales de tráfico o semáforos de la calle. Son tan heterogéneas que realmente me fascinan. Me gustan todas las pegatinas, desde las autóctonas de la zona que rinden homenaje a la cultura y a las gentes de por allí, hasta las que no tienen ningún tipo de sentido y parece que las hayan pegado ahí a propósito para que venga yo después y les eche una foto para subirla a mis historias de Instagram. Mi favorita hasta ahora es una pegatina de Maradona puesta en una cabina telefónica justo enfrente de la catedral de Berlín.
Ya tenía decidido antes de la cuarentena que la próxima vez que me vaya de viaje voy a llevarme un taco de pegatinas variadas conmigo y las voy a ir pegando en todas las farolas, señales de tráfico y semáforos de la calle que vea, especialmente en aquellos que estén estratégicamente situados cerca de algún monumento para que algún loco como yo se quede flipando, saque su móvil y le eche una foto para subirla a sus historias de Instagram. Ojalá existiera una cuenta de Twitter que se llamase @outofcontext_pegatinas que se dedicara a subir fotos de pegatinas en farolas, señales de tráfico y semáforos de la calle que no tuvieran ningún tipo de sentido. Aunque también es cierto que las fotos perderían casi toda su gracia si no tuvieran una explicación que contase por qué es tan random que esa pegatina esté en esa ciudad en concreto. Sin un contexto, vamos. Quizá por eso no existe esa cuenta de Twitter.
Antes, cuando estudiaba en el colegio, y posteriormente, en el instituto, me compraba todos los veranos la guía MARCA de la nueva temporada de fútbol, y me las estudiaba página por página. Mi infancia son recuerdos de una PSP pirateada con todos los juegos de fútbol posibles y la guía MARCA. Me volví un experto con solo doce años. Yo era esa persona a la que le preguntaban cómo de bueno era un jugador desconocido que un equipo había fichado. Yo fui quien le contó a mi tío del Atlético de Madrid lo desequilibrante que era Cristian 'Cebolla' Rodríguez, y eso seguro que le dejó huella. Sobre todo cuando lo vio jugar y descubrió que se la había colado. Porque hubo veces en las que me preguntaban y yo improvisaba la respuesta sobre la marcha, por supuesto. Más veces de las que me habría gustado, pero hacer hincapié en eso sería muy injusto para mi yo de doce años.
Ahora no sé tantas cosas. Creo que estudiar algo a fondo significa reducir su capacidad de sorprenderte. Prefiero saber poco sobre los jugadores desconocidos que fichan los equipos. Y también prefiero saber lo justo sobre la ciudad a la que me voy de viaje para que cada cosa que vea o me enseñen me guste el doble, por aquello de que me sorprenda. El problema es que al final me terminaré acordando de las fotos de pegatinas que subí a mis historias de Instagram, aunque sepa de sobra que hablar solo sobre ellas sería muy injusto para la ciudad donde las encontré.
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